viernes, 4 de enero de 2013

Homenaje al pescador Bartolomé Roldán

Aguilas homenajeó anoche a Bartolomé Roldán por su heroica acción humanitaria en el famoso accidente aéreo de 1966 en Palomares

El antiguo patrón de la embarcación “Dorita” rescató a dos pilotos del ejército estadounidense.

La ciudad de Águilas rindió anoche un emotivo homenaje a Bartolomé Roldán, antiguo patrón de la embarcación “Dorita”, que el 17 de enero de 1966 rescató a dos pilotos del ejército estadounidense, el capitán Charles F. Wendorf y el teniente, Michael J. Rooney, tras el famoso accidente aéreo de Palomares.
El acto, celebrado en el Auditorio y Palacio de Congresos “Infanta Doña Elena”, estuvo coordinado por José Asensio, profesor y amante de la historia de Águilas. En él intervinieron: el primer edil municipal, Bartolomé Hernández; el concejal de Cultura y Patrimonio, Francisco Martínez; el Almirante de la Armada Española, José Antonio Balbás y el propio homenajeado, Bartolomé Roldán, que se mostró muy emocionado por la deferencia que se ha tenido hacia su persona.
Entre los invitados también se encontraban: el alcalde de Cuevas del Almanzora, Jesús Caicedo; el Almirante y Ex-Jefe del Estado Mayor de la Armada, Sebastián Zaragoza, así como varios concejales de Águilas, Cuevas del Almanzora y Villaricos.
Los momentos más emotivos llegaron con las palabras expresadas por las autoridades y la entrega de una placa conmemorativa que el alcalde ofreció a Roldán, así como con la lectura de una carta remitida por el teniente Rooney, en la que expresó su infinita gratitud hacia quienes salvaron su vida, aunque lo más llamativo fue la video-conferencia realizada con el capitán Wendorf, donde se recordaron los acontecimientos vividos aquellos días.
Durante el evento, y a través de una proyección, también se pudieron rememorar los hechos acaecidos en 1966, narrando que la “Dorita” había salido con otros cuatro marineros a pescar al alba. Sobre las cuatro de la madrugada, cuando se dirigían hacia la Isla de Terreros, a la altura de Villaricos, mientras calaban las redes, pudieron observar como dos enormes aviones sobrevolaban el cielo. Se cercioraron rápidamente que uno abastecía de combustible al otro y súbitamente se oyó un estruendo que asustó de tal manera a los integrantes de la embarcación que les obligó a resguardarse en su interior, mientras trozos de la aeronave caían a su alrededor. Pasado el primer susto, divisaron varios paracaídas, sorprendiéndoles ver un bulto que caía sujetado con cuatro de estos paracaídas, sabiendo días más tarde que se trataba de una bomba. Los otros tres paracaídas llevaban a los pilotos. Dos de ellos cayeron a unas dos millas, cerca de la costa y de la “Dorita”. El tercero, a unas cuatro millas mar adentro, fue salvado por Francisco Simó Orts, “Paco el de la bomba”.
El mar estaba muy picado y las olas impedían por momentos ver a los pilotos. Por fin pudieron llegar a uno de ellos, el capitán Charles F. Wendorf, que tenía el brazo roto. Con delicadeza lo subieron al barco y le pusieron ropa seca. Mientras tanto, no dejaban de inquietarse por la situación del otro aviador, el teniente y copiloto del avión, Michael J. Rooney, que también fue rescatado con heridas. Inmediatamente avisaron a los servicios de emergencia de Águilas, que les aguardaban a su llegada al Puerto Pesquero, sobre las once de la mañana. Los dos americanos fueron llevados al hospital, así como el que trajo Paco una hora más tarde.
Tanto Francisco Simó como Bartolomé Roldán recibieron meses después sendas Medallas del Salvamento de Náufragos y una pequeña cantidad de dinero, en concepto de las molestias recibidas durante los días que no habían podido ir a pescar.
El 7 de abril del mismo año apareció la bomba que había caído unos meses antes y Francisco fue apodado “Paco el de la bomba”. Durante muchos años, Bartolo ha vivido aquel suceso como un acto de humanidad, como una acción que cualquier persona de bien hubiera hecho, impidiendo que aquellas personas murieran, gracias a su heroico gesto y a que su barco estaba aquel día a tan solo trescientos metros de ellos.
Bartolo siguió su vida trabajando y hoy día, ya jubilado, recuerda con aplomo su serenidad, así como la avalancha de nombres, de periodistas y de agasajos. Pero aquello no consiguió en ningún momento cambiar su talante de hombre bueno, servicial y prudente con el que siempre ha sido y es conocido.

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